miércoles, 15 de febrero de 2012

En público



















El sábado pasado llegó el momento de volver a vernos. Me puse un cortísimo vestido verde con estampado en negro, mis botas altas de tacón y lencería a juego. Adoro sentirme sensual y deseada desde mi ropa interior hasta mis pestañas.


Entramos al bar de la mano, como si fuéramos un matrimonio. Nos acercamos a la barra, y nos hicimos de un lugar como pudimos; el sitio estaba a reventar. Pedimos dos vodkas. Brindamos y bebimos sin prisa; la música nos envolvía. Empezó a apretar mi cuerpo al suyo. Repliqué metiendo mi lengua completa dentro de su voluptuosa boca. Me excité enseguida; atraje sus caderas a las mías y relamí sus labios carnosos. "Me fascinas", musité en su oído. Percibí su sexo erguido en la hendidura de mi entrepierna. "Qué rico se siente...", susurré, y su falo creció más aún.


"Es hora", comentó Jero bajando su mano por mi espalda hasta tocar mis muslos, apretarlos entre sus dedos y empotrarme su sexo por encima de la ropa. Mi excitación creció al límite. Acaricié su pecho, por debajo de su camisa, sintiendo su piel tersa y sus músculos trabajados. "Eres un bombón", atiné a decirle entre suspiros, acomodando mis caderas para sentir su sexo lo más cerca posible del mío.

Por encima de su hombro, vi cómo una chica nos miraba; ella fue el detonante de nuestro show. Pasé mis manos por el cabello de mi amante y le comí la boca con un beso, balanceando mis caderas para masturbarme con su cuerpo. Él acarició mis glúteos con más ganas. Luego, me giró y me colocó mirando a los parroquianos, de espaldas a él. Por encima de la ropa pude sentir su deseo contenido y la pulsación de su falo a punto de caramelo; mis ganas de tragarlo estaban cada vez más arriba. Acerqué mi cuerpo al suyo, restregándome deliciosamente. Jerónimo metió su mano dentro de mi escote, buscando mi pezón y jugando con él.

A muy poca distancia, un grupo de tres hombres observaban la escena. Jerónimo también los había notado. Retiró el cabello de mi cuello y lo besó suave, detenidamente. Mi espalda se arqueó, todo mi cuerpo se estremecía. Él soltó mis pechos y, con la palma de la mano abierta, acarició mis piernas, recorriendo mi piel con urgencia.

Para ir al extremo sin pasar la barrera que nos autoimponemos, deslizó mi tanga húmeda para darle paso a sus dedos. Jadeé. Pasé mi brazo por detrás y toqué su sexo erguido y fuerte. Como si no hubiera pantalón que me lo impidiese, metí mi mano por dentro de la bragueta. Lo sujeté con deseo, tocándolo como sé que le gusta. Jerónimo respiraba agitado, muy cerca de mi oído, para que pudiera escucharlo. El grupo de hombres nos observaban. Mi amante gemía, sus dedos entraban y salían de mí, mientras yo lo masturbaba hasta llenar mi mano con su semen. Me puse muy ardiente; este juego me fascina. Una punzada de placer se difundió por mi bajo vientre, y Jerónimo presionó y frotó mi sexo hasta hacerme llegar al éxtasis. Luego nos besamos. Sabíamos que todo el bar nos miraba; sonreímos cómplices.




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