martes, 7 de febrero de 2012

Mi hada divina

Vestí de mini falda negra entallada, botas de tacón de aguja y cabello negro; como es costumbre cuando salgo de cacería: no usé ropa interior.

Llegué al bar hacia las 9 de la noche. No tardé en reconocer al grupo de once personas junto a la barra. La noche se deslizaba tranquila; pedí un vodka tónic. Conversábamos sobre no recuerdo qué, cuando entró una chica con una breve minifalda de estilo colegiala y piernas preciosas.
 

Todos volteamos a verla. Su cabello rubio hacía resaltar sus enormes ojos verdes; parecía un hada. Su aparición nos dejó en silencio durante unos segundos, como si tanta belleza nos hubiera impuesto un respeto sobrenatural. Saludó a varios y llegó hasta donde estaba yo.
 

—Soy Mare, mucho gusto —se presentó con un marcado acento italiano; pidió dos Margaritas: uno para ella, otro para mí —.Escribes sobre sexo, ¿verdad? —preguntó.
 

—Así es —respondí, impactada por la perfección de su nariz y de su boca.
 

Mare empezó a contarme sobre el guión erótico en el que trabajaba y aunque el tema me fascinaba, no lograba concentrarme en sus palabras: su presencia me había deslumbrado; cuando hablaba, tenía que cuidar que no se notara la turbación en mi voz.
 

Acabamos nuestras bebidas y pedimos otra ronda.
 

—Ven a mi casa —dijo de repente, y subrayó su invitación con una sonrisa. Acepté de inmediato.
 

Llegamos a su departamento en 20 minutos. Parecía una casa de muñecas, pequeño y bien decorado. Me recosté en un amplio sillón de piel negro estilo años 50.
 

Extendí mis piernas y esperé a que Mare -tras descorchar y servirnos- se tendiera a mi lado.
 

—Eres muy hermosa —susurró, rozando mis labios con los suyos.
 

Su perfume terminó de hipnotizarme. Mare percibió mi agitación y acarició mi rostro, deteniéndose en mi boca; me besó. Empezó a lamer mi cuello y mis hombros con mucha suavidad.
 

Se levantó para quitarse la ropa y sólo se quedó con una tanguita transparente. Me pidió que me quitara el vestido; obedecí. Volvimos a recostarnos. Mi sensual chica onduló su cuerpo, y en un movimiento tan natural como los latidos de nuestros corazones, entrelazamos las piernas. Sentí su piel derritiéndose sobre la mía; fue como si me besara un ángel.
 

Acercó sus pechos perfectos. Rozamos nuestros pezones, primero con lentitud y luego aumentando la intensidad, hasta que parecían espadas en un duelo amoroso. Mare bajó su cabeza al límite de mi ombligo y empezó a subir, lamiendo mi piel con la punta de su lengua hasta llegar, de nuevo, a mis senos. Los chupó sin contemplaciones; gemí extasiada.
 

Se acostó sobre mí. Acomodó su rodilla y la apretó contra mi sexo húmedo. Presionó más fuerte y en círculos, mientras mordisqueaba mis pechos y sujetaba mis brazos; yo estaba a punto de venirme. Me aferré a su cintura y besé sus senos con intensidad. Mare arqueó la espalda cuando toqué su tanga húmeda. Hundí mis dedos en su sexo y al mojarme con su néctar me excité más. Cerró los ojos al sentirme juguetear con su clítoris; se entregó y gimió, casi como si ronroneara. Era extraordinario verla disfrutar. Froté mi sexo contra su rodilla, la hundí lo más que pude y tuve un orgasmo histórico.

Pasamos un buen rato quietas y exhaustas. Mi hada Mare ofreció irnos a su cama; acomodó las sábanas y yo descansé mi cabeza sobre su vientre desnudo.
 
Esa noche me enamoré.

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