viernes, 23 de marzo de 2012

Leyendas urbanas para no morir…

"Un chico muy guapo se acostaba con una mujer sexy. Hace pocos meses atrás... de pronto él “100% heterosexual" aceptó probar ser insertado por el vibrador de ella... Así pasaron noches de gemidos y placer, fantasías, cachondeos y corridas múltiples…. Un día misteriosamente el gran amigo vibrador ya no estaba en casa. Ella -desesperada- lo buscó día y noche... llamó preguntando por él hasta al panadero, pero nada… ¡hasta volvió a revisar en su íntima cavidad, por si lo había "olvidado"... pero nada … Su vibrador estaba missing. Sospechó de su guapo amante... pero como él negó el hecho, excusándose en que además no le gustaba el ruido tan estrepitoso de dicho aparato, ella, ingenuamente, le creyó.
Un día, esta hermosa mujer va a casa de su gran amante...  Después de tener sexo y correrse -al menos quince veces, ella quería el ultimo refilón,  “un último postre” dijo ella, apretando su clítoris y meneando sus caderas contra el exhausto y húmedo cuerpo de su compañero. Él, agotado como estaba  y sin medir lo que hacía, extendió su mano y sacó del cajón de su mesa de luz el vibrador! Oh, la cara de sorpresa de ella! y la cara de “yo no he sido” que intentó poner él...
Estaba a punto de enojarse y montar una historia de robo y secuestro del vibrador, pero entonces ella vio los ojos chispeantes de él... y el deseo volvió a encenderse. Ella tomó el vibrador con fuerza, lo untó de gel lubricante y con las pilas  a todo volumen lo introdujo donde  a él tanto le gustaba...  Gemidos, fantasías y jadeos volvieron a agitar la cama…
"Esto es amor verdadero " susurró ella,
El sonrió y se corrió llenando de leche las sábanas. Como era de esperarse, en medio minuto ya estaba roncando.
Ella se vistió, metió su recién recuperado vibris en una bolsa plática y le dijo-"Vámonos a casa, bebé..., por fin te tengo entre mis manos; jamás dejaré que nadie te aparte  de mi coñito, te lo prometo…”
Y muy feliz y campante esta mujer vivió y consumió las pilas de todo el barrio…

Fin

miércoles, 15 de febrero de 2012

En público



















El sábado pasado llegó el momento de volver a vernos. Me puse un cortísimo vestido verde con estampado en negro, mis botas altas de tacón y lencería a juego. Adoro sentirme sensual y deseada desde mi ropa interior hasta mis pestañas.


Entramos al bar de la mano, como si fuéramos un matrimonio. Nos acercamos a la barra, y nos hicimos de un lugar como pudimos; el sitio estaba a reventar. Pedimos dos vodkas. Brindamos y bebimos sin prisa; la música nos envolvía. Empezó a apretar mi cuerpo al suyo. Repliqué metiendo mi lengua completa dentro de su voluptuosa boca. Me excité enseguida; atraje sus caderas a las mías y relamí sus labios carnosos. "Me fascinas", musité en su oído. Percibí su sexo erguido en la hendidura de mi entrepierna. "Qué rico se siente...", susurré, y su falo creció más aún.


"Es hora", comentó Jero bajando su mano por mi espalda hasta tocar mis muslos, apretarlos entre sus dedos y empotrarme su sexo por encima de la ropa. Mi excitación creció al límite. Acaricié su pecho, por debajo de su camisa, sintiendo su piel tersa y sus músculos trabajados. "Eres un bombón", atiné a decirle entre suspiros, acomodando mis caderas para sentir su sexo lo más cerca posible del mío.

Por encima de su hombro, vi cómo una chica nos miraba; ella fue el detonante de nuestro show. Pasé mis manos por el cabello de mi amante y le comí la boca con un beso, balanceando mis caderas para masturbarme con su cuerpo. Él acarició mis glúteos con más ganas. Luego, me giró y me colocó mirando a los parroquianos, de espaldas a él. Por encima de la ropa pude sentir su deseo contenido y la pulsación de su falo a punto de caramelo; mis ganas de tragarlo estaban cada vez más arriba. Acerqué mi cuerpo al suyo, restregándome deliciosamente. Jerónimo metió su mano dentro de mi escote, buscando mi pezón y jugando con él.

A muy poca distancia, un grupo de tres hombres observaban la escena. Jerónimo también los había notado. Retiró el cabello de mi cuello y lo besó suave, detenidamente. Mi espalda se arqueó, todo mi cuerpo se estremecía. Él soltó mis pechos y, con la palma de la mano abierta, acarició mis piernas, recorriendo mi piel con urgencia.

Para ir al extremo sin pasar la barrera que nos autoimponemos, deslizó mi tanga húmeda para darle paso a sus dedos. Jadeé. Pasé mi brazo por detrás y toqué su sexo erguido y fuerte. Como si no hubiera pantalón que me lo impidiese, metí mi mano por dentro de la bragueta. Lo sujeté con deseo, tocándolo como sé que le gusta. Jerónimo respiraba agitado, muy cerca de mi oído, para que pudiera escucharlo. El grupo de hombres nos observaban. Mi amante gemía, sus dedos entraban y salían de mí, mientras yo lo masturbaba hasta llenar mi mano con su semen. Me puse muy ardiente; este juego me fascina. Una punzada de placer se difundió por mi bajo vientre, y Jerónimo presionó y frotó mi sexo hasta hacerme llegar al éxtasis. Luego nos besamos. Sabíamos que todo el bar nos miraba; sonreímos cómplices.




martes, 7 de febrero de 2012

Mi hada divina

Vestí de mini falda negra entallada, botas de tacón de aguja y cabello negro; como es costumbre cuando salgo de cacería: no usé ropa interior.

Llegué al bar hacia las 9 de la noche. No tardé en reconocer al grupo de once personas junto a la barra. La noche se deslizaba tranquila; pedí un vodka tónic. Conversábamos sobre no recuerdo qué, cuando entró una chica con una breve minifalda de estilo colegiala y piernas preciosas.
 

Todos volteamos a verla. Su cabello rubio hacía resaltar sus enormes ojos verdes; parecía un hada. Su aparición nos dejó en silencio durante unos segundos, como si tanta belleza nos hubiera impuesto un respeto sobrenatural. Saludó a varios y llegó hasta donde estaba yo.
 

—Soy Mare, mucho gusto —se presentó con un marcado acento italiano; pidió dos Margaritas: uno para ella, otro para mí —.Escribes sobre sexo, ¿verdad? —preguntó.
 

—Así es —respondí, impactada por la perfección de su nariz y de su boca.
 

Mare empezó a contarme sobre el guión erótico en el que trabajaba y aunque el tema me fascinaba, no lograba concentrarme en sus palabras: su presencia me había deslumbrado; cuando hablaba, tenía que cuidar que no se notara la turbación en mi voz.
 

Acabamos nuestras bebidas y pedimos otra ronda.
 

—Ven a mi casa —dijo de repente, y subrayó su invitación con una sonrisa. Acepté de inmediato.
 

Llegamos a su departamento en 20 minutos. Parecía una casa de muñecas, pequeño y bien decorado. Me recosté en un amplio sillón de piel negro estilo años 50.
 

Extendí mis piernas y esperé a que Mare -tras descorchar y servirnos- se tendiera a mi lado.
 

—Eres muy hermosa —susurró, rozando mis labios con los suyos.
 

Su perfume terminó de hipnotizarme. Mare percibió mi agitación y acarició mi rostro, deteniéndose en mi boca; me besó. Empezó a lamer mi cuello y mis hombros con mucha suavidad.
 

Se levantó para quitarse la ropa y sólo se quedó con una tanguita transparente. Me pidió que me quitara el vestido; obedecí. Volvimos a recostarnos. Mi sensual chica onduló su cuerpo, y en un movimiento tan natural como los latidos de nuestros corazones, entrelazamos las piernas. Sentí su piel derritiéndose sobre la mía; fue como si me besara un ángel.
 

Acercó sus pechos perfectos. Rozamos nuestros pezones, primero con lentitud y luego aumentando la intensidad, hasta que parecían espadas en un duelo amoroso. Mare bajó su cabeza al límite de mi ombligo y empezó a subir, lamiendo mi piel con la punta de su lengua hasta llegar, de nuevo, a mis senos. Los chupó sin contemplaciones; gemí extasiada.
 

Se acostó sobre mí. Acomodó su rodilla y la apretó contra mi sexo húmedo. Presionó más fuerte y en círculos, mientras mordisqueaba mis pechos y sujetaba mis brazos; yo estaba a punto de venirme. Me aferré a su cintura y besé sus senos con intensidad. Mare arqueó la espalda cuando toqué su tanga húmeda. Hundí mis dedos en su sexo y al mojarme con su néctar me excité más. Cerró los ojos al sentirme juguetear con su clítoris; se entregó y gimió, casi como si ronroneara. Era extraordinario verla disfrutar. Froté mi sexo contra su rodilla, la hundí lo más que pude y tuve un orgasmo histórico.

Pasamos un buen rato quietas y exhaustas. Mi hada Mare ofreció irnos a su cama; acomodó las sábanas y yo descansé mi cabeza sobre su vientre desnudo.
 
Esa noche me enamoré.

jueves, 26 de enero de 2012

Te sirvo?






























Daniel me invitó a su casa a cenar él prepararía carne tártara y queso fundido. Su departamento era acogedor. Mientras Daniel se instaló en la cocina —y comenzó a preparar la cena—, me invitó a conocer su casa. Recorrí el cuarto, el estudio y el baño. Finalmente me encontré con una puerta pintada de azul. La abrí y entré a un pequeño salón decorado al estilo de un cabaret de los años 30, con las paredes tapizadas con fotografías eróticas. Al costado derecho, había un equipo de fotografía y varios fetiches (látigo negro, zapatos de tacón de aguja, botas altas). En el centro, había un baúl. Observaba los detalles, cuando Daniel entró y me ofreció una copa de vino. “Este sitio es fantástico”, atiné a decir, y enseguida nos entrelazamos en un beso apasionado. “¿Te gusta jugar?”, me preguntó, y afirmé con un gesto. “Te voy a tomar unas fotos. Vístete con lo que más te guste”, indicó, al tiempo que abría el baúl y sacaba varios disfraces que incendiaron mi imaginación: Lolita, enfermera, Gatúbela… y más mucho más! Había un paquete cerrado. Lo abrí. Un disfraz de mucama apareció en mi manos: ligueros negros, cofia, delantal, a juego y guantes de encaje. “¡Quiero éste!”, exclamé. Daniel parecía complacido por mi elección. “Arréglate con calma”, dijo. Me vestí sin prisa; y un rayo de deseo atravesó mi clítoris. ¡Las fantasías me vuelven loca!. Me puse los zapatos del conjunto y regresé a la habitación con las endorfinas burbujeantes. Daniel tenía preparado el escenario: Me senté y empecé a seguir sus instrucciones: “Acuéstate, mírame, desnúdate un hombro, cubre tus pechos, muérdete un poco el labio, extiende la pierna, métela mano dentro de tu tanga, quítate el cabello de los ojos, bájate, date la vuelta”, me ordenaba, detrás de la lente. Las ganas me punzaban en el bajo vientre. Quería traerlo al centro del escenario y lamerlo hasta embeberme de él. “Ya terminamos”, dijo, y me entregó una bolsa oscura, que dejé a un lado. Daniel se sentó encima de mí y clavó la boca en mis pezones, ansiosos de ser lamidos. Bajó su lengua hasta mi sexo húmedo, degustándolo como una fruta jugosa. Apreté con fuerza las piernas para contraer mi vulva y arrastrar su lengua hasta clavarla en mi interior. Mi temperatura subió de golpe y una oleada cálida se extendió por toda mi piel, hasta llegar a un orgasmo intenso y profundo. Daniel se puso de pie y comenzó a masturbarse. Ver su verga crecer entre sus manos, me puso cachonda de nuevo.
Saqué mi vibrador! Mi deseo explotó. Comencé a jugar con él en mi sexo. Jadeante me lo clavñé en mi sexo húmedo y chorreante! Daniel no dejaba de mirarme. Le ofrecí mis pechos desnudos, apretando mis pezones firmes y erguidos. Se corrió abundantemente sobre mí y tuve otro orgasmo, más largo y suave que el anterior. Ahí acostados, viendo las fotos que yo acababa de protagonizar, nos terminamos la botella de vino y cenamos la carne tártara.

miércoles, 18 de enero de 2012

Ella conmigo


Luciana me desconcertaba. Por un lado sentía que no debía coquetear con ella; sin embargo, ¡me descubrí tan seducida por todo su ser! Deseaba acariciar su piel tersa y olerla hasta quedar impregnada de ella. Tocar sus pechos lentamente y que sus pezones erguidos fueran mi delirio. Anhelaba rozar su cuello con mi aliento; ser parte de ella a través de mis manos. Quería excitarla, que me deseara. Besar sus labios y entrelazarnos.